Evaluación de competencias marentales y parentales

¿Qué son las habilidades marentales y parentales?

Son las capacidades prácticas que tienen las personas adultas para cuidar, proteger y educar a niñas, niños y adolescentes, asegurándoles un desarrollo integral.

La evaluación de estas capacidades permite determinar las áreas que requieren intervención y aquellas en las que madres, padres o familia muestran fortalezas, y contribuye a diseñar estrategias de intervención adaptadas a sus necesidades, vulnerabilidades específicas, así como a optimizar sus fortalezas para proteger y educar a sus hijos.

La evaluación de las habilidades marentales o parentales, en el contexto del diagnóstico integral,  se realiza mediante una combinación de herramientas, como entrevistas clínicas, observaciones directas e instrumentos estandarizados, que permiten obtener una visión integral del contexto familiar. En muchos casos, el uso de modelos facilita una evaluación estructurada, permitiendo a los profesionales identificar patrones de relación, estilos de comunicación y prácticas de cuidado.

Dónde poner atención

Buenas prácticas

En el diagnóstico integral, la evaluación de las habilidades marentales y parentales se estructura en varias áreas fundamentales, basadas en los modelos de crianza positiva y enfoques como el del psiquiatra Jorge Barudy, que propone poner en valor lo siguiente:

Capacidad de proteger:

Habilidad para crear un entorno seguro y estable para los niños, niñas y adolescentes; libre de amenazas, abuso y negligencia. Involucra la identificación de riesgos y la toma de decisiones que prioricen el bienestar y la seguridad de NNA. Incluye la capacidad de actuar de manera preventiva, reduciendo los peligros a los que pueden estar expuestos sus hijos e hijas.

Capacidad de proveer cuidado y atenciones básicas:

Garantizar el bienestar físico y emocional de niños, niñas y adolescentes mediante el acceso a recursos básicos como alimentación, vivienda, ropa y atención médica. Este cuidado debe ser afectivo además de físico, promoviendo una relación cercana y de confianza que facilite un apego seguro. También incluye la capacidad de organizar rutinas estables y generar espacios de calidad en el tiempo compartido.

Capacidad de responder sensiblemente a las necesidades emocionales del NNA:

Abarca la empatía y sensibilidad emocional de madres, padres o familia para responder a las necesidades emocionales de NNA, como el miedo, la tristeza o la ansiedad.

Capacidad de estimular y favorecer el desarrollo:

Capacidad de fomentar el desarrollo cognitivo, emocional y social de niños, niñas y adolescentes, mediante el estímulo adecuado para cada edad favoreciendo su autonomía progresiva. Esto se traduce en ofrecer oportunidades de aprendizaje y alentar la curiosidad y habilidades, incentivando un ambiente en el que el NNA se sienta motivado a descubrir y explorar su entorno.

Capacidad de guiar y socializar:

Esta competencia incluye la disciplina positiva, que se basa en el establecimiento de límites y consecuencias de forma respetuosa y coherente, sin recurrir a la violencia o el abuso. Capacidad de transmitir y enseñar valores y comportamientos que les permitan desarrollarse de manera sana dentro de la sociedad.

Capacidad de cuidar la propia salud mental:

Posibilidad de reconocer y gestionar el estrés en momentos de crisis, ya que una madre, padre o adulto significativo emocionalmente equilibrado está mejor preparado para responder a las necesidades de los hijos e hijas de forma consistente y comprensiva.

Capacidad para aceptar la historia personal y superar el dolor:

Conocida como resiliencia implica la capacidad de madres, padres o familiares para reconocer y aceptar su propia historia personal, en especial si incluye experiencias traumáticas o adversas. La superación de estos episodios permite construir vínculos saludables con los NNA, evitando transferir patrones dañinos o conductas destructivas. Esta habilidad implica un proceso de resignificación de experiencias.

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