¿Cómo se forma una mente sana?
Las investigaciones en neurociencia entregan certeza científica respecto de la capacidad del cerebro para crear estructuras y conexiones neuronales en función de las condiciones del medio, un fenómeno conocido como plasticidad cerebral o neuroplasticidad. Esta capacidad es especialmente relevante en la infancia, cuando el cerebro es más maleable y receptivo a las experiencias externas.
La estructura y el funcionamiento del cerebro son moldeados no solo por la información genética, sino también por la calidad de las relaciones interpersonales desde la concepción hasta la muerte. Así la historia personal está marcada por recuerdos, que ocurren cuando las neuronas se disparan nuevamente y reproducen los patrones de la actividad asociada con la experiencia pasada.
Esta afirmación subraya la importancia de un entorno nutritivo y estimulante desde los primeros días de vida. De hecho, los primeros mil días de vida – que abarcan desde la concepción hasta los primeros dos años- son muy importantes para el desarrollo del cerebro y del sistema nervioso. Durante este período, las relaciones basadas en buenos tratos se configuran en el cerebro y otros órganos del cuerpo, garantizando un funcionamiento sano. Estas relaciones afectuosas y seguras no solo favorecen el desarrollo cognitivo y emocional, también fomentan una mente sana, que a su vez contribuye a la formación de una personalidad equilibrada.
Se entiende como buen trato a la capacidad del mundo adulto para proporcionar a los niños, niñas y adolescentes los elementos imprescindibles para asegurar un desarrollo sano: nutrición, afectos, cuidados, estimulación, protección, educación, socialización y recursos resilientes. Por lo tanto, se entenderá como un mal trato la vulneración de estos cuidados por acción u omisión.
Los niños, niñas y adolescentes aprenden a autorregularse cuando los adultos somos capaces de satisfacer sus necesidades. Su autocontrol es el resultado del amor, de la empatía, del afecto y los buenos tratos.
¿Dónde poner la atención?
Un cerebro centrado en la supervivencia, por la experiencia reiterada de miedo y amenaza hacen que niños, niñas y adolescentes tengan una sensación de inseguridad y riesgo constante. Por tanto, frente a estímulos negativos y también neutros, e incluso positivos pueden desencadenar respuestas de supervivencia a las que están acostumbrados como: lucha, huida, congelamiento y desconexión. Todas son respuestas rápidas y automáticas, que desencadenan en lo que conocemos como una crisis de desregulación.
En este sentido, es clarificador y esperanzador conocer que el cerebro es moldeable a las experiencias y como consecuencia, se puede modificar. Hoy sabemos que las neuronas que se disparan juntas se quedan juntas, en conexión. Por ejemplo: se puede asociar a las personas con la desconfianza, basado en experiencias de daño y miedo. Y con experiencias de buen trato repetitivas y constantes en el tiempo, el cerebro del niño, niña y adolescente podrá construir nuevos caminos neuronales que le permita confiar en las personas, logrando la resignificación de la experiencia y, por ende, la resiliencia.
La ciencia ha confirmado que las conexiones neuronales que no se usan se pierden, por lo tanto, si bien tratamos a niños y niñas vulnerados, estaremos abriendo y marcando una nueva huella neuronal, permitiendo que prevalezca sobre el circuito del daño. Así, cada contacto se convierte en una nueva oportunidad de resignificación.
Por otra parte, es importante tener en cuenta que los niños y niñas que han sufrido malos tratos tienen un desarrollo disarmónico, es decir su edad cronológica estará en discordancia con su capacidad de regulación, su función ejecutiva y su experiencia cognitiva.
Un niño de 13 años podrá tener una capacidad de regulación de uno de tres años, una ejecutiva de uno de siete, se verá como uno de 18 y tendrá la experiencia de vida de un adulto. Por consiguiente, debemos tener en consideración que la edad cronológica, no será necesariamente el indicativo que nos guiará en lo que le solicitemos a los niños o en lo que ellos esperen de nosotros.

Estrategias para crear nuevas redes neuronales y resignificar
Sentirse a salvo, vistos y consolados permitirán que niños, niñas y adolescentes se sientan seguros en el mundo y hacer que tengan muchas de las siguientes experiencias les permita crear un nuevo circuito neuronal para resignificar experiencias y sanar.
- Nutra y quiera a los niños, niñas y adolescentes, desde un lugar honesto. Sea afectivo, cuide y quiera a los niños y niñas, recordando que el amor es la nutrición que necesitan para resignificar apegos inseguros. Esto implica estar en sintonía con sus necesidades y ser respetuoso de la cercanía afectiva y física que ellos vayan permitiendo.
- Identifique y valide las emociones de niños, niñas y adolescentes lo que no significa validar conductas inadecuadas. Converse con ellos y formule hipótesis de lo que cree que les pasa, por ejemplo: ¿Es posible que este juego te haya provocado pena? Siempre es bueno apoyarse en imágenes o cuentos para favorecer la expresión.
- Trate de comprender la razón que está detrás de la conducta del niño, niña y adolescente. Indagar en lo que está sucediendo para comprender su comportamiento, antes de castigar deliberadamente. Un enfoque punitivo y castigador puede aumentar la inseguridad y la angustia, que traen de base al recordarles momentos de su historia.
- Eduque a los niños basándose en su edad emocional. Recordemos que muchas veces la edad cronológica de los niños, niñas y adolescentes no se condice con su madurez y necesidades emocionales, por lo tanto, hacer intervenciones no verbales como: sostener, abrazar, mecer, cantar en voz baja va a favorecer su regulación.
- Sea consistente, predecible y repetitivo. Es necesario entregarles la mayor cantidad de certezas para darles seguridad y, por ende, estabilidad. No prometa cosas que no se pueden cumplir, generar falsas expectativas va a fomentar que se reactive el camino del maltrato. Anticipe ausencias, haga cierres de etapas, recuerde que la imaginación es más poderosa que la realidad y los niños y niñas están muy atentos a los vínculos.
- Modele y enseñe comportamientos apropiados. Muchos no saben interactuar con otras personas o lo hacen de forma inapropiada y se ponen en riesgo. Enseñe narrando lo que está haciendo y señalando porqué lo hace, por ejemplo: voy a pasar a ver a la tía, porque la vi triste en la mañana y quiero conversar con ella.
- Escuche, hable y genere buenos momentos. Las experiencias vinculares positivas y gratuitas, es decir sin motivo más que disfrutar, favorecerán el desarrollo de la autoestima y seguridad.