¿Cómo lograr una intervención familiar efectiva?
Una intervención familiar efectiva debe centrarse en movilizar los recursos de la familia, promoviendo su capacidad de acción y acompañándolos en su proceso de cambio. Basarse en un enfoque que valore las fortalezas, más que las carencias, permite que las familias se sientan capaces de transformar sus dinámicas y mejorar su rol parental.
Dónde poner atención
Centrarse en los recursos de la familia:
La intervención debe partir de la identificación de las capacidades y fortalezas que ya posee la familia. Esto permite movilizarlas hacia un cambio positivo, enfocándose en lo que sí tienen, en lugar de en lo que les falta. Al hacerlo, se refuerza la creencia de que el cambio es posible, fortaleciendo su rol parental y su capacidad para cuidar y proteger a los NNA. Así, las familias pueden visualizar las opciones disponibles y entender que depende de ellas el hacerlo real.
Crear espacios de diálogo y escucha abierta:
Las sesiones de trabajo deben alejarse de la fiscalización y ofrecer un espacio de confianza, donde las familias se sientan libres de expresarse sin ser juzgadas. A través de la empatía y el respeto, se genera un ambiente seguro para abordar temas íntimos, permitiendo que las familias reflexionen sobre sus procesos, reciban retroalimentación y tomen decisiones constructivas.
Acompañamiento y contención emocional:
Las familias deben sentirse acompañadas en su proceso de cambio, recibiendo contención emocional y apoyo constante. Esto implica que los profesionales guíen, contengan, muestren alternativas de relación más saludables y refuercen los logros. Este acompañamiento ayuda a las familias a transitar momentos difíciles de manera más segura, permitiéndoles procesar sus experiencias traumáticas y avanzar hacia un cambio positivo.
Reflexionar sobre las responsabilidades familiares:
Es necesario ayudar a los padres, madres o cuidadores a tomar conciencia de sus actitudes y comportamientos que pueden haber contribuido a la situación de vulneración que experimentan los niños, niñas o adolescentes. Esta reflexión posibilita que la familia pueda reconocer sus errores, sin sentirse culpada y para comenzar a construir soluciones que refuercen sus habilidades parentales.
Fomentar la participación activa de las familias:
Las familias deben ser protagonistas en su proceso de cambio. Es importante que sus opiniones sean valoradas y que participen en la toma de decisiones durante la intervención. Esto no solo genera una mayor colaboración y compromiso, sino que también facilita la construcción de una alianza terapéutica que refuerce el trabajo conjunto y fortalezca la intervención.
Promover el buen trato y la resignificación de lo vivido:
A lo largo del proceso, es relevante promover el buen trato entre los miembros de la familia y ayudarles a resignificar sus experiencias traumáticas. A través de la contención, el acompañamiento y el ofrecimiento de alternativas más saludables de relación, se permite a las familias reinterpretar sus vivencias de manera que encuentren sentido y fortaleza en ellas.
Adoptar un enfoque contextual-relacional:
Las familias no existen de manera aislada; están profundamente influenciadas por su entorno social, cultural y económico. Para una intervención exitosa, es fundamental comprender el contexto en el que se desarrollan y reconocer los factores de estrés o exclusión social que puedan estar afectándolas. Esto incluye una dimensión temporal, conectando pasado, presente y futuro, lo que permite una intervención más completa.
Diseñar un plan de intervención personalizado:
Cada familia es única, por lo que no todas las estrategias de intervención son aplicables en todos los casos. Es esencial desarrollar un plan específico basado en las características, habilidades emocionales, cognitivas y sociales de cada familia. Este plan debe estar orientado a sus necesidades particulares y al contexto en el que viven, asegurando que las soluciones propuestas sean viables y eficaces.