Nutrirnos de ejemplos, analogías y experiencias en torno al buen trato y la intervención sensible al trauma, es tan relevante como compartirlo, reflexionarlo y apoyarnos en el camino de acompañar a niños, niñas y adolescentes en la resignificación de experiencias, el desarrollo de la resiliencia y la posterior, y esperada, reunificación familiar.
En este sentido, la psiquiatra infanto juvenil, diplomada en Traumaterapia Sistémica de IFIV-Paicabí, Carmen Lagos, nos aporta graficando una serie de experiencias que nos permitirán darle sentido a nuestra práctica diaria y a las acciones que definimos cotidianamente con cada niño, niña o adolescente, que comparten rasgos comunes, pero historias distintas que les hacen únicas y únicos.
Carmen parte subrayando la importancia de un enfoque sensible al trauma en la salud mental infantil. Sostiene que “los niños que crecen en un contexto de buenos tratos, se les forma el cerebro y su sistema nervioso para conectar con el mundo. Ellos ven el mundo como un lugar seguro: ‘el mundo es bueno conmigo, yo soy bueno con el mundo'».
Asimismo, nos relata cómo las experiencias de trauma tienen consecuencias profundas en la salud mental de los NNA y, basada en la neurociencia, es categórica: «el cerebro de niños que han sufrido trauma es distinto. Por eso requieren intervenciones específicas. Gran parte del problema es que este enfoque no está incorporado en los diagnósticos de salud mental. Los niños no es que no quieran comportarse adecuadamente, es que no pueden debido a las secuelas de sus experiencias traumáticas», enfatiza.
"Los niños y niñas que han crecido en contextos de malos tratos desarrollan un cerebro y un sistema nervioso que está siempre a la defensiva -nos explica-. Ven el mundo como un lugar peligroso del cual deben protegerse. Viven en un estado de hiper alerta constante, sin la capacidad de relajarse. No han tenido experiencias de sentirse contenidos, regulados o comprendidos, lo que les lleva a no entenderse ni a sí mismos y a carecer de habilidades para regular sus emociones".
Cuando tienen un cerebro que está a la defensiva, dice Carmen, es necesario reforzar constantemente la seguridad. “El niño se tiene que sentir seguro en el espacio, que es distinto a estar seguro – y profundiza-. A veces uno piensa que en su casa estaba en peligro y aquí en la residencia nadie le va a hacer nada, o siempre va a tener comida. Una cosa es que uno como adulto lo sepa y otra cosa es que ellos se sientan seguros. Por eso tenemos que estar constantemente transmitiendo señales explícitas de seguridad. ‘Tranquilo, aquí no pasa nada’ o ‘no estoy enojada, sólo estoy diciendo que vayas a comer’, por ejemplo”.
Lo grafica con los niños y niñas que han pasado hambre, nos dice que “en general están muy pendientes de la comida, o guardan comida, o se comen todo altiro. Entonces uno tiene que decir ‘tranquilo, esto es tuyo, si quieres más comida yo te voy a dar’. Hay que estar constantemente transmitiendo señales de seguridad en las cosas cotidianas”.
Desarrollo disarmónico
“Muchas veces, el desarrollo de estos niños es disarmónico. Por ejemplo, pueden tener 10 años, parecer de 15, y tener un actuar emocional de dos. Hacen pataletas como un niño pequeño porque tienen esa capacidad de regulación emocional «. Y nos explica que hay que partir trabajando las habilidades y conteniéndole como si tuviera dos años, para que pueda avanzar. “Lo que buscamos es que los niños vuelvan a su trayectoria de desarrollo. Es la misma lógica de la rehabilitación”.
Y utiliza la siguiente analogía "es como en la rehabilitación física. Si un niño pierde una pierna en un accidente, no le podemos decir simplemente 'camina'. Necesita una prótesis y un proceso de rehabilitación. No es que el niño no quiera caminar, es que necesita preparación y apoyo para hacerlo. De la misma manera, no podemos esperar que un niño con trauma emocional se comporte de acuerdo a su edad, sin antes ayudarle a desarrollar las capacidades necesarias".
Enfatiza la necesidad de un cuidado especializado, con estructura, norma y límites, “pero no de cualquier forma, porque cualquier forma puede ser dañina para ellos – dice-. La estructura y la rutina son fundamentales, pero deben estar acompañadas de flexibilidad. Ser coherente es diferente a ser rígido”.
Nos ejemplifica. “En la residencia se come a las siete y el niño está súper enojado y no quiere nada. Pero sabemos que la mamá no llegó a la visita, entonces puedes decir ‘por hoy día no vas a comer a las siete y puedes comer después’. Y entonces uno hace la excepción observando de dónde viene la conducta”.
Mentalizar
Carmen reflexiona sobre la importancia de ver más allá de la conducta superficial.
Nos cuenta que cuando un niño o niña ha pasado por experiencias de vulneración, es común que interprete situaciones cotidianas de una manera que para los adultos podría parecer irracional o desproporcionada. “Por ejemplo, si le pides a un niño que vaya a ducharse y su reacción es hostil, y responde ‘¿Qué te importa? No me voy a duchar’, es fácil pensar que se trata de un niño desobediente. Sin embargo, si entiendes que la ducha podría estar asociada con un trauma, su respuesta adquiere otro significado. Puede que el niño esté activando respuestas de supervivencia porque asocia la ducha con peligro”.
Es muy importante conocer la historia, detrás de cada niño y niña, pero – como nos relata Carmen- no siempre es posible, “sobre todo cuando las experiencias adversas son tempranas. Pero si cada vez que le digo que se duche se desregula, entonces puedo pensar que algo puede haber pasado ahí. Entonces, es esencial tener presente el ‘¿qué te pasó?’ en lugar de ‘¿qué hay de malo en ti?’. Esto cambia completamente la manera en que abordamos la conducta del niño”.
La importancia del diagnóstico
Carmen hace explícito que muchos de los diagnósticos de NNA se realizan sin tomar en cuenta el impacto del trauma en sus conductas.
“Entonces los especialistas dicen, ‘mire, este niño no tiene empatía de un niño de 11 años, disfruta haciéndole mal a los otros. Está desarrollando un trastorno personal y social’. Y a lo mejor ese niño tiene un desarrollo emocional de un niño de dos años, que cuando está enojado no tiene ni una empatía. Por ejemplo, cuando llego a mi casa cansada después de un largo día de trabajo y mi hijo de dos años me está esperando para jugar, no empatiza conmigo, él quiere jugar conmigo. Y eso no es porque sea un antisocial, sino porque tiene dos años”.
“A los 11 años el cerebro todavía está abierto, viene toda la adolescencia, la poda neuronal, o sea, hay muchas cosas que uno puede hacer. Entonces, cuando pierdes esta mirada del trauma y del desarrollo, haces malos diagnósticos y puedes hacer malas intervenciones. Y efectivamente, si uno no interviene, la cosa se va a perpetuar”.
Por último y para cerrar esta constructiva conversación con Carmen, nos quedamos con una de sus frases, que da sentido a todos y todas quienes ponen al servicio su trabajo para el bienestar de niños, niñas y adolescentes en las residencias de protección.
“Cuando un niño está en un estado de alerta constante, su cerebro está a la defensiva y nuestras respuestas deben estar diseñadas para desactivar esa alerta, no para intensificarla”.